Con la venta de dulces en el centro de Culiacán Don Chiles encontró una nueva esperanza de vida
Jesús Antonio Tirado, encontró en la venta de dulces en el ISIC una nueva forma de vida tras un accidente que marcó su vida.
Jesús Antonio Tirado, conocido como Don Chile, halló una nueva forma de vida vendiendo dulces en el Instituto Sinaloense de Cultura (ISIC) tras un accidente que cambió su vida.
A las afueras de la Escuela de Arte José Limón del ISIC, un hombre con muletas y una sonrisa cálida atiende a estudiantes, maestros y visitantes que pasan frente a su pequeño puesto de dulces.
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De un momento a otro, su vida cambió
"Yo antes trabajaba en una casa funeraria y en un periódico. Andaba trabajando cuando un accidente en moto me cambió todo", recuerda Jesús Antonio con serenidad.
Una fractura expuesta en su pierna derecha lo mantuvo dos años sin trabajar. "De la rodilla para abajo, el hueso quedó destrozado. Me hicieron varias cirugías, y aunque salvaron mi pierna, no quedó bien. Desde entonces camino con muletas y vivo con dolor todos los días", confiesa mientras organiza su mercancía.
Sin embargo, Antonio no dejó que su historia terminara ahí.
"Duré un año incapacitado y caí en una depresión muy fuerte. Me sentía inútil, desesperado porque ya no podía proveer para mi familia. Pensé muchas cosas malas, pero lo que me detuvo fue mi esposa y mis hijos. Ellos siempre estuvieron conmigo", relata con los ojos húmedos y una voz entrecortada.
Don Chile encontró una nueva forma de ganarse la vida
Fue su familia quien lo impulsó a levantarse y buscar una nueva forma de vivir.
"Mi esposa, Ariana Lucero, siempre me apoyó. Nunca me hizo sentir que era una carga. Cuando me dieron la oportunidad de vender dulces aquí en el ISIC, todo cambió. Sentí que volvía a ser útil, y eso me devolvió las ganas de vivir", dice con gratitud.
Antonio empezó con una pequeña mesa y $700 pesos en mercancía. "Traía Sabritas, paletas y refrescos, pero lo que más se vendía eran los dulces picosos. Por eso empezaron a decirme el Señor del Chile", comenta entre risas.
Su carisma y la calidad de sus productos lo convirtieron rápidamente en un personaje querido dentro del mundo cultural de Culiacán. "Los alumnos, maestros, padres de familia... todos me apoyan. Es su manera de ayudarme, y estoy muy agradecido", expresa Antonio.
A lo largo de los años, su puesto ha crecido y diversificado. Ahora, además de dulces, ofrece burritos, tortas y ceviche de sierra que él mismo prepara. "Los viernes hago ceviche; lo aprendí en Mazatlán, de donde es mi familia. Todo lo que traigo lo hago yo mismo", dice con orgullo.
La venta de dulces le dio una esperanza de vida
Antonio no solo agradece el apoyo económico de la comunidad, sino también el emocional.
"Llegar aquí fue como una nueva esperanza de vida. Aquí me siento útil, me siento bien. Antes de esto, estaba hundido en la tristeza, pero ahora tengo algo que me motiva a seguir adelante", explica.
A pesar de sus dificultades físicas y el constante dolor, Jesús Antonio trabaja todos los días para mantener a su familia.
"Tengo dos hijos: mi hija, de 20 años, estudia la licenciatura en danza contemporánea aquí en el ISIC, y mi hijo, de 17, está en el seminario porque quiere ser sacerdote. Somos muy apegados a la fe, y eso también nos ha mantenido fuertes", cuenta con una sonrisa de satisfacción.
Cuenta con el apoyo de la gente a pesar de las dificultades
Jesús Antonio ha enfrentado retos incluso en su pequeño negocio. Una vez, un robo le dejó sin mercancía.
"Una vez estaba bajando mi mercancía, cuando me robaron. Me quedé sin nada, pero publiqué lo que pasó en Facebook, y la gente me apoyó muchísimo. Me compraron lo poco que me quedaba, y pude volver a empezar. Eso no se olvida", afirma con gratitud.
Para Antonio, cada día es una oportunidad de demostrar que, con esfuerzo y fe, se puede salir adelante.
"Sí, tengo dolor todos los días, pero estoy vivo. Mis hijos me ven trabajar, y eso es lo que quiero dejarles: el ejemplo de que no importa qué tan difícil sea la vida, siempre hay una manera de salir adelante", reflexiona.
En su pequeño puesto, Don Chiles no solo vende dulces y desayunos; también reparte esperanza, fuerza y una lección de vida para todos los que lo conocen.
"Aquí estoy, echándole ganas. La gente que me conoce sabe que no me detengo, y mientras tenga fuerzas, aquí voy a estar", dice con una voz cargada de determinación.
Porque según sus propias palabras, la vida no siempre es dulce, pero con esfuerzo y gratitud, siempre se le puede encontrar el sabor picosito al chile.