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El Eco del Cristal, la historia de Javier Zamora, las drogas destruyen cualquier ilusión

El cristal lo tiene postrado en una cama sin poder caminar, llorando a su hijo muerto, que él indujo al vicio.

25 abril, 2025
El Cristal le dejó una invalidez y un hijo muerto, son sus lágrimas hoy. Captura ¿No pasa Nada?
El Cristal le dejó una invalidez y un hijo muerto, son sus lágrimas hoy. Captura ¿No pasa Nada?

Javier Zamora no camina más. Está atrapado en un cuerpo que ya no le responde. Vive postrado en un sillón, en la sala, en la planta baja de su casa en Tijuana, porque las escaleras se convirtieron en su frontera más imposible. Con pesar cuenta su testimonio en el podcast ¿No Pasa Nada?

Una operación urgente en la pierna izquierda podría devolverle algo de movilidad, pero mientras el cartílago entre su pelvis y el fémur se desintegra por efectos del cristal, Javier espera. Espera una cirugía. Espera redención. Espera el perdón de un hijo muerto.

“La primera vez que mi hijo probó el cristal, fue conmigo”, dice Javier, la voz levemente temblorosa. “Yo se lo di. Tenía 16 años. Era un niño, mi niño. Yo lo adoraba.”


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La historia de Javier, como tantas otras, comienza con una decisión que parecía menor. Su papá lo invitó a trabajar en un bar de su propiedad en la Zona Norte de Tijuana, cuando apenas estaba en segundo de prepa, unos 18 años, le abrió la puerta a un mundo donde la cocaína se ofrecía con la misma facilidad que una propina.

En el MarraKech, ser cantinero significaba aprender rápido, moverse sin parar, y anestesiar el cansancio con polvo blanco. “Con esto te vas a alivianar”, le decía la cantinera. Y se alivianó… hasta que cayó.

Conoció a Carlos ahí, su mejor amigo.

Carlos le propuso dejar el bar para entrar a la Policía Judicial Federal. Javier aceptó, pensando que cambiaría de ambiente. En realidad, solo cambió de tipo de peligro. En ese nuevo mundo llegó el cristal. No era diversión: era adicción. No era euforia: era necesidad. Y con ella, la violencia.

Un día, un pleito callejero con desconocidos terminó en una emboscada frente al CECUT, en la glorieta de la Zona del Río. Una lluvia de balas.

“Los Arellano me dieron siete balazos”, dice. “Dos en la cara, tres en el brazo, dos en la axila. A Carlos, cinco en la cabeza. Cayó en mis piernas. Murió ahí.” Él sobrevivió, pero nunca volvió a ser el mismo.


Tampoco volvió a ser el mismo padre.

De sus hijo tiene más reclamos que recuerdos. Emanuel. Se dormía en su pecho. Le decía papá. Lo quería. Pero conforme Javier se hundía en el cristal, su paternidad desaparecía.

“Ahora ya no me dice papá, me dice Javier”, cuenta. “Lo veo muy de vez en cuando. Cuando viene a Tijuana, no viene a verme a mí.”


Su otro hijo no sobrevivió. Murió también por el cristal. Yo lo induje”, repite. “Yo fui el que lo llevó ahí, y nunca pudo salir.” La culpa es una losa. La lleva a cuestas, más pesada que su cuerpo que ya no se sostiene. 

“Quisiera que me perdonara. Que me volviera a decir papá.”


Otro de sus hijos, Julio César, aún le habla. Pero le habla con rencor. “Te digo Papá porque te tengo que decir papá. Tú no estuviste cuando me violaron, cuando te necesitaba en la escuela”, le dijo una vez.

Javier llora mientras lo recuerda. Y sigue repitiendo una y otra vez: “No estuve”.

¿No pasa Nada?
Yo quisiera que me dijera papá. Yo no estaba, yo prefería andar con mis cosas, con mis drogas

La droga se volvió su única prioridad. Recuerda un día en su casa que no había comida, solo dos huevos en la alacena. Pero él traía 50 pesos en la bolsa, no pensaba en pan ni en leche. se fue directo por su globo.

“Las drogas no te dan vida, te la quitan toda”, dice. “No es que vivas por la droga. Es que vives para la droga.”


Ahora, espera una cirugía que podría llegar o no. Ya no trabaja, ya no camina, ya no sueña. Solo mira al techo, recordando a un hijo que ya no está. A un padre que no fue. Y a una vida que el cristal le quitó, pedazo por pedazo.

  • “¿Tú te crees muy inteligente? Yo me creía el hombre más inteligente, que yo no iba a caer en un fondo de sufrimiento como el que caí. Que a mí no me iba a pasar lo que le pasaba a los otros.
  • Que a mí no me iba a pasar andar tirado en la calle, que a mí no me iba a pasar andar caminando como loco por las calles, buscando no sé qué en el piso, que nunca encontré nada.
  • Ahí buscando como loco, caminando por los cerros, caminando por las calles con un zapato sí y otro no. Una vida destrozada, nunca pensé eso. Pero lo viví todo. Porque yo por cristal hacía lo que fuera”.

Las cifras, como dice Scielo Uruguay, explican mucho pero no lo dicen todo. Que los jóvenes mueren jóvenes, sí. Que las drogas ilegales y el crimen organizado son un caldo de muerte, también.

Pero lo que no dicen es el dolor exacto que siente un padre que sobrevive a su hijo, y que además fue quien lo empujó al abismo.

Esto es lo que me dejó a mí el cristal”, dice Javier, con los ojos perdidos en la nada. “Una andadera. Una casa vacía. Y un silencio que nunca se apaga.” Tú también crees que ¿No pasa nada?


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