Coricos y galletas: emprendimiento familiar que conquista desde Los Ángeles, en Culiacán
La historia de Mayra Rodríguez y Guadalupe Urquídez, un matrimonio de Culiacán que transformó una oportunidad en un emprendimiento familiar de coricos, empanadas y pan en el fraccionamiento Zona Dorada


En una cocina sencilla, pero llena de aromas y recuerdos, Mayra Judith Rodríguez Soto y su esposo Guadalupe de Jesús Urquídez Ureña encontraron algo más que una receta: encontraron una nueva forma de seguir adelante.
Su historia no nació en un plan de negocios, sino del amor y la necesidad de convertir la necesidad y el duelo en algo que pudiera compartirse con otros.

Para honrar la memoria de su hija Itzel, quien falleció a la edad de año y medio -y que hoy sería la mayor-, decidieron incluir unas alas en el logotipo de su emprendimiento, un símbolo que, más que una imagen, se convirtió en la fuerza que los impulsa día con día.
“Es nuestro ángel, quien nos cuida desde el cielo”, comparten con serenidad.
Hoy, su pequeño proyecto de panadería y repostería artesanal denominado “Los Cor-ricos” es también una historia de resiliencia.
Una receta que empezó en casa
El camino comenzó en 2023, casi por casualidad. A Mayra le gustaban mucho los coricos, un pan tradicional sinaloense que suele aparecer en reuniones familiares y tardes de café. Un día, entre comentarios espontáneos y curiosidad, decidieron intentar hacerlos en casa.
“Los hicimos para nosotros”, recuerda la pareja.
Probaron una receta, la ajustaron, cambiaron ingredientes, eliminaron otros, hasta que lograron el sabor que realmente les gustaba. No pensaban venderlos. El plan era simple: disfrutar.
Pero el destino, que suele tener humor propio, hizo su parte. Guadalupe llevó unos coricos a su trabajo y los compartió con sus compañeros. La reacción fue inmediata: “¿Por qué no los vendes?”. Al principio dudaron. No sabían cuánto cobrar, ni pensaban en un negocio formal. Sin embargo, las peticiones comenzaron a multiplicarse.
Aprender, fallar y volver a intentar
Lo que empezó con coricos fue creciendo gracias a algo más poderoso que cualquier manual: la recomendación de boca en boca.
“¿No tienes empanadas?”, les preguntaban algunos clientes. No las tenían, pero empezaron a experimentar. Piña, cajeta, fresa y guayaba fueron los primeros sabores en probar. Las primeras versiones se pegaban, se rompían o no tenían la consistencia correcta.
Pero lejos de rendirse, la pareja fue perfeccionando cada receta.
Aprendieron a base de prueba y error, viendo videos, preguntando a la abuela Reina Isabel, rescatando saberes familiares y transformándolos en algo propio.
“Si le cambias algo, se modifica todo”, explica Guadalupe. Hoy cada corico, empanada o pan tiene un peso exacto y un proceso definido. Aquí no hay improvisación: hay cariño medido en gramos.

Trabajo en equipo, también en la cocina
En esta casa, el emprendimiento es una coreografía bien ensayada. Mayra se encarga de porcionar cuidadosamente los ingredientes; Guadalupe mezcla, amasa con batidora y da la última forma a la masa.
Cada producto tiene su propia dinámica. El pan de zanahoria, por ejemplo, es uno de los favoritos de Mayra y se ha convertido en otro sello del negocio. Las galletas de mantequilla, inspiradas en las tradicionales danesas, se transforman según la temporada: corazones en febrero, flores en mayo, figuras navideñas en diciembre.
Vender con el corazón (y por WhatsApp)
Todo el negocio funciona de manera digital. Utilizan un catálogo en WhatsApp (al 667-860-1686), donde amigos, conocidos y nuevos clientes pueden hacer pedidos. La producción es exclusivamente bajo encargo, porque saben que lo fresco siempre sabe mejor.
Durante mucho tiempo, este emprendimiento fue un complemento. Guadalupe trabajaba de forma estable, mientras Mayra cuidaba de los hijos. Sin embargo, hace apenas dos semanas él tomó una decisión que cambió todo: renunció a su empleo para dedicarse de lleno al proyecto.
“Sentimos que fue una señal”, comenta, especialmente después de que personas del sector comunitario se ofrecieran a ayudarles a difundir su catálogo.
Los jueces más exigentes
Antes de llegar a cualquier cliente, los productos pasan por un control de calidad muy especial: sus propios hijos. Con tres niños de 10, 6 y 4 años, no hay margen para engaños. Si no les gusta, lo dejan. Si les gusta más, repiten. Así de simple. Así de real.
Los precios buscan ser accesibles: desde paquetes de 10 coricos por 20 pesos, hasta un kilo de empanadas (alrededor de 100 piezas) por 200 pesos. También ofrecen pan de zanahoria por 50 pesos y cajas de 20 galletas decorativas por 100 pesos, pensadas como un detalle para regalar.
Un futuro que huele a pan recién hecho
El mayor reto hoy es crecer más allá del círculo cercano. “Aclientarnos”, dicen. Llegar no solo a los antiguos compañeros de trabajo, sino a nuevos hogares, nuevas mesas, nuevas historias. Ya han logrado enviar productos a otras ciudades e incluso a Estados Unidos, gracias a familiares de clientes que se enamoraron del sabor.
Cuando se les pregunta cómo se ven en dos años, Guadalupe sonríe con convicción: “Tenemos los mejores coricos de Culiacán, pero todavía no nos conocen”. Su sueño no es gigante, pero sí firme: llegar a tienditas, abarrotes, colonias, y que su producto esté presente en toda la ciudad.
Porque al final, este no es solo un negocio de pan. Es una historia de amor, de duelo transformado en esperanza y de una familia que decidió seguir adelante, poniendo en cada charola algo que no se compra ni se vende: el corazón.
















