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“Vi morir a mis amigos por las adicciones”: Roberto Ramírez cuenta su historia para salvar vidas

El testimonio de un mexicano que pasó más de tres décadas en el alcohol y las drogas, y hoy lucha por ayudar a otros… menos a su propio hijo

4 julio, 2025
Roberto Ramírez Cornejo, quería ser bailarín y bailó mal al son de las sustancias arruinando su vida
Roberto Ramírez Cornejo, quería ser bailarín y bailó mal al son de las sustancias arruinando su vida

Roberto Ramírez Cornejo nació hace 55 años en la Ciudad de México, en una familia de ocho hermanos que vivía hacinada en un cuarto de cuatro metros por cuatro en la colonia Argentina. Desde niño, la violencia era parte del ambiente familiar: “Nos hicieron violentos desde chicos porque nos teníamos que defender”, recuerda.

Roberto aspiraba a ser bailarín, pero su padre, además de violento, obligaba a sus hijos a bailar en reuniones para divertir a sus amigos, mientras ellos bebían.

“Nos hacían bailar por un peso o por dinero”, relata.


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La vida de Roberto transcurrió entre las peleas en casa y el ambiente hostil de la vecindad, donde convivían con personas que se drogaban a la vista de todos y los humillaban.

“De verdad, yo vi amigos muertos, y te los puedo platicar desde la niñez. Mi amigo “sombras” lo mataron, al “mezquinos”, yo vi cómo los mataron, yo vi muchas cosas y por la droga. Y no es un orgullo contarlo, no es algo bonito decirlo. Es algo doloroso, ten emos que abrir las heridas para poder hacer conciencia”, expresa con pesar.


Un licuado que cambió su vida

Apenas siendo un niño de 7 años, Roberto empezó a trabajar boleando zapatos en cantinas, rodeado de prostitutas y borrachos. Fue en ese entorno donde, buscando calmar el hambre, aceptó un licuado que supuestamente era de alfalfa, pero en realidad contenía peyote.

“Eran unos chavos más grandes, me dicen, tómate este licuado. Duele recordar eso, porque digo, cómo hay gente así que envenena a los chavos. Y todavía se reía cuando me lo estaba tomando”


Ese día me dolió demasiado, porque yo lo hice por hambre”, dice entre lágrimas. Pasó horas tirado bajo un puente, víctima de alucinaciones: “Veía cómo los carros se salían del puente y caían encima de mí”.

Tres décadas atrapado en el alcohol y las drogas

El consumo de sustancias marcó su juventud y adultez. “Yo perdí el juicio, me perdía con la droga, no sabía ni dónde quedaba tirado”, confiesa. Su vida se llenó de sufrimiento, violencia y soledad: “Nada me aliviaba, yo quería desaparecer”.

Roberto admite que tocó fondo tras más de veinte años de adicciones y múltiples intentos fallidos de salir adelante, incluso buscando ayuda espiritual en muchas instituciones religiosas.

“Me pesa no haber hecho una familia bien, el haber dañado gente, el haber dañado a mis padres”, lamenta.


Ayuda a otros, pero no puede ayudar a su hijo

Hoy, Roberto Ramírez dedica su vida a compartir su experiencia en grupos de apoyo para personas con problemas de alcoholismo y drogadicción, buscando prevenir que otros recorran el mismo camino. Sin embargo, enfrenta una herida que sigue abierta: su propio hijo también consume drogas.

“Me duele porque digo: ¿Cómo es posible que yo ayude a tanta gente y no pueda ayudar a mi hijo?”, reflexiona con tristeza.


Las estadísticas respaldan su preocupación: los hijos de personas adictas tienen un 60% más de probabilidades de caer en el consumo, según datos de la Clínica Galatea.

Un testimonio para abrir conciencias

En el podcast ¿No pasa nada?, Roberto comparte su historia con un objetivo claro: hacer conciencia y mostrar que detrás de cada persona que consume drogas hay dolor, heridas y contextos difíciles que muchas veces comienzan en la infancia.

Historias como la de Roberto Ramírez nos recuerdan que el conflicto por las adicciones no solo alimenta la violencia que se vive en las calles de México, sino que también destruye la paz más íntima: la de los hogares.

En cada testimonio late el anhelo de reconciliación, sanación y esperanza de que, algún día, esa violencia ceda para dar paso a familias libres de adicciones y llenas de armonía.


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