Algunos migrantes fueron trasladados en autobús a ciudades del sur de México y a otros se les ofrecieron documentos de tránsito.

La primera de las caravanas partió de la ciudad de Tapachula, en el sur de México, cerca de la frontera con Guatemala, el 5 de noviembre. 
En su apogeo, tenía alrededor de 2,500 personas. 
En casi cuatro semanas de caminata, había recorrido aproximadamente 430 kilómetros hasta Tehuantepec en el estado de Oaxaca.

“A algunos de nosotros nos llevaron a Acapulco, a otros a Morelia y a otros de nuestro grupo a la ciudad de Oaxaca”, dijo Bárbara Rodríguez, una simpatizante de la oposición que abandonó su natal Venezuela después de las controvertidas elecciones presidenciales de ese país a principios de este año.

Rodríguez dijo por teléfono que luego tomó un autobús por su cuenta a la Ciudad de México.

En un comunicado emitido el sábado, el Instituto Nacional de Migración dijo que los migrantes aceptaron voluntariamente viajes en autobús “a diversas zonas donde hay asistencia médica y donde se revisará su estatus migratorio”, y que “al aceptar (los viajes), manifestaron que ya no querían enfrentar los riesgos en su camino”.

La segunda caravana de unos 1,500 migrantes partió el 20 de noviembre y recorrió unos 225 kilómetros hasta la ciudad de Tonalá, en el estado de Chiapas. Allí, las autoridades ofrecieron una especie de visa de tránsito que permite viajar por México durante 20 días.

Aparte de las primeras caravanas, mucho más numerosas, de 2018 y 2019 (a las que se les proporcionaron autobuses para recorrer parte del camino hacia el norte), ninguna caravana ha llegado jamás a la frontera de Estados Unidos caminando o haciendo autostop de manera cohesiva, aunque algunos miembros individuales lo han logrado.

Durante años, la policía mexicana y los agentes de inmigración han bloqueado o impedido que las caravanas de migrantes hagan autostop. También han sido detenidas o devueltas a zonas cercanas a la frontera con Guatemala.